Nuevos apartados:
Dolors Marin Tuyà.
Artículos publicados en la revista Penedès Econòmic.
Lluís Maria Xirinacs.
Artículos publicados en el diario Avui, cuando Lluís Maria Xirinacs era senador independiente en las Cortes Constituyentes españolas, entre los años 1977 y 1979, traducidos al castellano.
Lluís Maria Xirinacs.
Artículos publicados en el rotativo Mundo Diario, cuando Lluís Maria Xirinacs era senador independiente en las Cortes Constituyentes españolas, entre los años 1977 y 1979.
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Publicaciones:
Lluís Maria Xirinacs.
Agustí Chalaux de Subirà, Brauli Tamarit Tamarit.
Agustí Chalaux de Subirà.
Agustí Chalaux de Subirà.
Agustí Chalaux de Subirà.
Magdalena Grau Figueras,
Agustí Chalaux de Subirà.
Martí Olivella.
Magdalena Grau,
Agustí Chalaux.
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Capítulo 2. La realidad monetaria a través
de la historia.
- El trueque antemonetario.
- La realidad monetaria entre los pueblos primitivos.
- Los sistemas monetarios de las civilizaciones nacientes.
- Aparición de la moneda metálica concreta.
- De la moneda metálica al papel moneda.
- El sistema monetario actual.
- Referencias bibliográficas de este capítulo.
En el capítulo anterior, hemos utilizado
un sistema de exposición que sugería de alguna manera una
cierta reconstrucción histórica del desarrollo de los sistemas
monetarios: primero existió el trueque no monetario; después
surgen las unidades monetarias y se fijan los valores mercantiles (precios
y salarios); finalmente, en algunas sociedades evolucionadas, aparecen
los instrumentos monetarios.
Somos conscientes de que esta reconstrucción es muy teórica
y simplificadora de la complejidad de los hechos realmente sucedidos. Por
esto en el presente capítulo queremos ofrecer algunas pinceladas
que pueden dar un cierto apoyo a la generalización realizada en
el anterior capítulo.
No obstante, es preciso advertir que la reconstrucción del desarrollo
de la realidad monetaria, tanto entre los pueblos prehistóricos
como entre los pueblos primitivos actuales, presenta serias dificultades:
los documentos existentes son pocos y parciales y su interpretación
es tarea muy delicada.
Con todas las limitaciones mencionadas, iniciamos el tema.
1. El trueque antemonetario.
De los estudios realizados sobre el intercambio utilitario entre los
pueblos primitivos existentes en la actualidad, se deduce que entre estos
pueblos (y quizás también, por paralelismo etnográfico,
entre los pueblos prehistóricos), el trueque no tiene un carácter
únicamente utilitario, sino que cumple, por encima de todo, una
función social.
De hecho, en las poblaciones humanas de organización social mas
sencilla (las de cazadores-recolectores), el sostenimiento individual y
familiar está siempre asegurado y por tanto, el intercambio no es
vitalmente necesario. Sí que es, en cambio, socialmente necesario,
ya que sirve para establecer lazos de amistad o alianzas con otros grupos,
o bien para hacer mas firmes las relaciones sociales existentes en el interior
del propio grupo.
Debido a la gran importancia de este componente social del trueque primitivo,
éste está, muchas veces, revestido de formalidades, de rituales
complejos ligados a la magia, es decir, a la concepción sacral de
la vida del hombre. Todo acto de intercambio es considerado sagrado, como
toda relación social.
2. La realidad monetaria entre los pueblos primitivos.
Entre los pueblos primitivos existentes en la actualidad, el conocimiento
y la utilización de algún tipo de sistema monetario destaca
en tres partes del mundo: en el Africa occidental y el Congo, la Melanesia
y Micronesia y en el Este de Norteamérica.
Hay que resaltar el hecho que todos los pueblos de estas zonas desarrollan
un utilitarismo ya avanzado, de tipo neolítico, sea agrícola
o pastoral.
Pero este utilitarismo neolítico es todavía poco especializado:
cada pequeña unidad social-productora puede, en gran medida, autoabastecerse
y por esto el trueque utilitario conserva aún un carácter
fuertemente social.
Estos pueblos no conocen ningún sistema de escritura, pero tienen
unos sistemas monetarios constituidos por lo que hemos llamado unidades
monetarias y valores mercantiles.
Efectivamente, entre las poblaciones primitivas de las zonas mencionadas
(no únicamente de estas zonas, pero si principalmente), algunos
objetos
(que varían según la población de que se trate) están
revestidos de una gran importancia social: son símbolos de riqueza
y confieren prestigio social al que los posee.
Por el hecho de que estos objetos son a menudo intercambiados ceremonialmente
en ocasión de ciertos acontecimientos sociales, muchos etnólogos
los han equiparado a una forma disminuida, o primitiva, de la moneda metálica,
concreta,
que estaba en vigor entre todos los pueblos civilizados actuales hasta
hace un tiempo (hasta que fue sustituida definitivamente por los llamados
billetes
de banco).
Ahora bien, nosotros proponemos una interpretación diferente:
estos objetos concretos parecen tener dos funciones muy bien diferenciadas.
La primera, fundamentalmente social, creadora y mantenedora de relaciones
sociales, es la que se desarrolla a través del intercambio real,
concreto, de estos objetos concretos, en algunas ocasiones, muy bien especificadas,
de gran importancia social. La segunda, estrictamente utilitaria, es la
de servir de patrones de medida de valor en el intercambio de los bienes
utilitarios corrientes. En este segundo caso, dichos objetos no son nunca
realmente intercambiados, sino que son únicamente una referencia
abstracta para calcular equivalencias entre otras mercaderías, valoradas
en
ellos: esto es lo que hemos llamado una unidad monetaria. Los valores en
unidades monetarias asignados a las mercaderías (producidas o productoras)
son los valores mercantiles de dichas mercaderías.
La mayoría de las veces, la documentación etnológica
que poseemos es insuficiente para poder confirmar o infirmar con base empírica
esta interpretación. Esto es debido sobretodo a los prejudicios
de los etnólogos, que encaminan su observación hacia unas
realidades determinadas, descuidando otras, mas significativas para un
estudio global del utilitarismo primitivo.
A pesar de esta dificultad, hemos seleccionado un par de ejemplos que
parecen ir en la dirección que indicamos.
Primer ejemplo: en las islas del Almirantazgo (Malasia), los nativos
pueden evaluar todos sus bienes en conchas y dientes de perro. No obstante,
en los intercambios corrientes las conchas y los dientes de perro no se
utilizan casi nunca, mientras que su uso es obligatorio en los intercambios
rituales.
Segundo ejemplo: entre los Lele de Kasai (Congo), la tela de rafia constituye
el patrimonio nupcial del que tiene que estar provisto todo hombre que
quiera casarse. Pero, a su vez, los bienes que son objeto de intercambio
no ritual pueden todos evaluarse en unidades de tela de rafia: en estos
intercambios, pues, la tela de rafia no interviene como mercadería
concreta, sino únicamente como patrón de valor.
Nos inclinamos, pues, a hablar de la existencia, en estos pueblos, de
unidades monetarias abstractas y no de objetos monetarios concretos (como
acostumbran a hacer algunos etnólogos). Para poder generalizar esta
interpretación a todos los pueblos neolíticos que conocen
algún tipo de realidad monetaria deberíamos realizar estudios
exhaustivos que hoy en día no existen -o en todo caso, no están
a nuestro alcance-.
3. Los sistemas monetarios de las civilizaciones nacientes.
La arqueología nos ha descubierto en los últimos decenios
como nacieron las primeras civilizaciones en el Asia Sudoccidental, en
el valle del Indo, en Egipto, mas tarde en el Egeo, en el valle del Danubio...
Estas civilizaciones estaban fundamentadas en un utilitarismo neolítico
avanzado, de cultivo extensivo de cereales y con una división del
trabajo ya bien establecida. Con ellas aparece la escritura; pero la escritura
no es sino la consecuencia de otra práctica social que aquí
nos interesa mucho, ya que no es otra que la utilización de instrumentos
monetarios.
Estas sociedades contaban, desde los inicios de su neolitización,
probablemente, con unidades monetarias bien definidas. Por ejemplo, a Mesopotamia
la unidad monetaria era el centeno y mas tarde también la plata.
Esto no significa, como acabamos de decir, que en los intercambios concretos
la gente cambiara mercadería por centeno (o plata), sino únicamente
que el centeno y la plata eran los patrones de valor en relación
a los cuales podía expresarse el valor de todas y cada una de las
mercaderías.
Ahora bien, en un momento dado -que coincide con el inicio de la Edad del Bronce,
durante el milenio IV a.J.C.- las civilizaciones del Próximo Oriente
conocen un desarrollo económico notable: se produce un aumento drástico
de la población en Irán e Irak y aparece la especialización
artesana y los inicios del comercio a gran escala. El comercio se realiza a
muy larga distancia. Esta especie de explosión económica va aparejada
con la aparición de unos aparatos muy curiosos, que recientemente han
estado estudiados e interpretados. Se trata de las bullae, que son como
unas bolsas de arcilla, mas o menos esféricas, llenas de diferentes figurillas
de barro y selladas en el exterior. Estas bullae son herederas de un
complejo sistema de contabilidad 6 a
base de fichas -según parece, representativas de diferentes mercaderías
y diferentes valores numéricos- que data de los inicios del Neolítico,
hacia el milenio IX a.J.C. Estas fichas son del mismo tipo de las que se encuentran,
posteriormente, en el interior de las bullae.
Pero la aparición de las bullae representa un cambio cualitativo
importante. Podemos interpretar el hecho de que las fichas estuviesen juntas
y cerradas en un sobre de arcilla, como indicación que tales fichas
eran representativas de una determinada transacción efectuada entre
dos personas. El hecho de que muchas de las bullae descubiertas
hasta el presente, lleven dos sellos distintos, apoya esta interpretación.
Si esto fuera así, las bullae no serían otra cosa que
lo que hemos denominado instrumento-documento monetario7:
un documento que hace de mediador y registra una transacción mercantil
elemental efectuada. Probablemente, además, estas bullae podían
ser compensadas internamente, porque sabemos que los templos mesopotámicos
desarrollaban, ya en esta época, funciones bancarias y administrativas
complejas. Las bullae, pues, cumplían al mismo tiempo las funciones
del que hoy llamaríamos albarán conformado, factura aceptada y
cheque extendido por el cliente.
Mas adelante, las bullae se transformaron en las famosas tablillas
cuneiformes: las fichas cerradas en el interior del sobre pasaron a representarse
gráficamente en el exterior. Este es el origen mas probable de la
escritura cuneiforme.
4. Aparición de la moneda metálica concreta.
A partir de un cierto momento histórico -que podemos situar,
probablemente, en el III milenio a. J. C. a Mesopotamia- los instrumentos
monetarios cambiaron radicalmente de naturaleza.
Los instrumentos monetarios primitivos que acabamos de describir en
el párrafo anterior, eran de naturaleza radicalmente abstracta-auxiliar,
estaban desprovistos de valor intrínseco. Su funcionamiento no implicaba
el uso de ningún objeto concreto, sino únicamente la referencia
a una unidad monetaria abstracta. Aunque la unidad monetaria abstracta
estuviese simbolizada por una mercadería concreta determinada (unas
conchas, un saco de centeno, un buey...), esta mercadería no intervenía
nunca realmente en las transacciones, ya que lo que interesaba era el hacer
referencia abstracta a su valor y no intercambiar otros bienes por ella.
Sin embargo, a Mesopotamia, probablemente ya desde mediados del III
milenio a.J.C., aparece y se generaliza un nuevo tipo de instrumento monetario,
que llamamos moneda metálica: todos sabemos que es la moneda metálica
(de oro, plata...) y podemos comprender que ya no es un instrumento auxiliar-abstracto,
sino un objeto bien concreto, provisto de valor intrínseco. La moneda
metálica y en general cualquier instrumento monetario constituido
por un objeto concreto, se llama también moneda-mercadería,
porque su característica principal es que una mercadería
concreta es escogida, de entre todas demás, para hacer de mediadora
en cualquier intercambio de cualquier otra mercadería. Es decir
se entrega mercadería contra moneda-mercadería.
Durante el reinado de Hammurabi (1760 a. J. C.) está ya plenamente
atestiguado a Babilonia el uso de lingotes de oro, plata o bronce. Pero
no solamente la civilización mesopotámica realizo este cambio
decisivo. Todas las civilizaciones históricas fueron entrando, mas
pronto o mas tarde, en el sistema monetario metalista. En el valle del
Indo se utilizaron barras de cobre oblongas; entre los hititas, lingotes
de hierro; a Micenas, placas de bronce que imitaban pieles de animales
y en la China también placas de bronce en forma de vestidos.
Los primeros instrumentos monetarios metálicos eran, incluso
en el interior de cada civilización y de cada ciudad-imperio, de
formas muy diversas y de calidades de metal muy variables. Por este motivo,
en cada transacción había de pesarse y probarse el metal
utilizado.
Mas adelante, para solucionar este inconveniente, se generalizó
el uso de piezas de metal normalizadas, garantizadas por un peso y calidad
determinadas. La garantía era dada por el sello de la persona que
acuñaba las piezas -sello que se grababa en la pieza-: estas piezas
son las monedas propiamente dichas y las primeras de que tenemos noticia
documentada se remontan al siglo VII a. J. C. en el Asia Menor.
Si en un principio cualquier persona, con suficiente autoridad y riqueza,
podía acuñar su propia moneda, con el paso del tiempo esta
función fue monopolizada por los poderes oficiales.
La moneda metálica concreta ha perdido la característica
fundamental de los instrumentos monetarios primitivos: estos eran, ante
todo, un documento de transacción efectuada; en cambio la moneda
metálica es esencialmente antidocumentaria. Aunque trataremos con
mas detalle este tema en el próximo capítulo, digamos ahora
que la moneda metálica tiene tres características que la
hacen totalmente negada a cualquier intento de documentación eficaz:
es anónima (no personaliza los agentes de la transacción),
es uniforme (no analiza las características de la transacción)
y es dinámica, circula indefinidamente (no permite tipo alguno
de estadística).
En cada transacción mercantil -y en cada acto social monetario-
la única función que cumple la moneda metálica, es
la de ser un medio de pago, es decir, un instrumento que permite resolver,
concluir, cerrar la transacción o acto en cuestión: con la
entrega de unas piezas de moneda, se puede dar por pagada, por saldada,
por resuelta, cualquier situación monetaria. Y desde este punto
de vista, el uso de la moneda metálica es incluso mucho mas fácil,
rápido y cómodo que la redacción de un instrumento
monetario documentario, que ha de ser escrito, firmado y posteriormente
compensado.
Ahora bien, los sistemas metalistas tienen un límite muy preciso
para su desarrollo, que es la cantidad de metal acuñable existente
en una comunidad geopolítica en un momento dado.
Por este motivo se ha tenido que ir renunciando a estos sistemas como
veremos a continuación.
5. De la moneda metálica al papel moneda.
Los instrumentos monetarios actuales continúan siendo esencialmente
antidocumentarios. Ahora bien, desde la aparición de la moneda metálica
hasta nuestros días, los instrumentos monetarios han ido retornando
lentamente a una de sus características originarias: la abstracción,
que fue conseguida definitivamente a partir de 1914.
El motivo: la escasez de metales preciosos.
Efectivamente, como ya hemos señalado, los sistemas monetarios
son construcciones abstractas que tienen por función el facilitar
-a través de la cuantificación que permiten- los intercambios
de mercaderías concretas y mas adelante, con los instrumentos monetarios,
también las documentan. Estas construcciones abstractas, pues, corren
paralelamente a las concretas mercaderías, producidas o productoras,
existentes; evolucionan con ellas y se adaptan a ellas. Desde el momento
que sustituimos la construcción abstracta por un objeto concreto
y además, escaso -los metales preciosos-, esta flexibilidad del
sistema monetario, esta capacidad de adaptación a la realidad mercante,
se pierde definitivamente. De ello resultan graves distorsiones, tanto
de nuestra visión de la realidad, como del sano funcionamiento de
ésta.
Recorreremos ahora, brevemente, la historia de este retorno a la necesaria
abstracción del sistema monetario.
Ya en la Edad Media, la escasez de metales preciosos llevaba a los reyes
u otras autoridades acuñadoras de moneda, a practicar manipulaciones
monetarias, inconfesadas o públicas. Como que la emisión
y el curso legal de la moneda están en manos de las autoridades
del lugar, estas pueden hacer que el valor nominal y legal de las piezas
de moneda no corresponda a su valor real en metal -ya sea acuñando
nueva moneda con el mismo valor nominal, pero que contenga menos cantidad
de metal o bien, sea aumentando oficial y artificialmente el valor nominal
de las piezas en circulación-. Por este procedimiento la autoridad
acuñadora podía realizar sus pagos utilizando una menor cantidad
de metal. Estas prácticas fueron corrientes durante toda la Baja
Edad Media:los Tesoros reales se endeudaban casi permanentemente y encontraban
en este artificio monetario una solución a sus problemas. Pero esta
solución solo era momentánea, ya que la consecuencia inevitable
de las manipulaciones monetarias era el alza de precios y salarios, alza
que agravaba nuevamente la situación monetaria del Estado, que tenía,
así, que proceder a nuevas manipulaciones, iniciando un ciclo infernal.
Pero los mas perjudicados eran siempre las clases populares, que no tenían
suficiente poder de compra para hacer frente a las alzas de precios y que
tampoco tenían la capacidad de manipular la moneda que les era impuesta.
De cara a nuestro análisis, el que nos interesa destacar ahora,
es que las manipulaciones monetarias de la Edad Media abren la brecha que
empieza a separar el valor real de la moneda metálica concreta del
valor monetario que se le atribuye artificialmente, en función de
las necesidades de la vida utilitaria.
Con el descubrimiento de América, con sus importantes minas de
metales preciosos y tesoros para saquear, parece que la penuria de metales
se ha de terminar. Pero esta finalización es solo relativa, ya que
el final de la Edad Media ha visto un enorme desarrollo de las relaciones
comerciales y por lo tanto, de las necesidades de moneda. Así, los
banqueros de esta época han inventado una nueva práctica
para suplir la escasez de metal: nos referimos a la letra de cambio.
En un principio, la letra de cambio es únicamente un medio para
saldar deudas a distancia, para evitar los peligros del transporte de metal:
el comerciante de Barcelona puede pagar a su proveedor de Génova
mediante una letra -una carta- que éste podrá convertir en
dinero metálico presentándola a su banquero, ya que el banquero
de Génova y el del comerciante de Barcelona están en contacto.
Pero mas adelante, a la letra de cambio se le añade la noción
de crédito, es decir, de pago diferido en el tiempo.
El cliente que en momento de la transacción, no dispone de recursos
suficientes, puede entregar una letra a su proveedor, que le garantiza
el pago de su deuda dentro de un plazo bien especificado. El proveedor
puede guardar la letra hasta la finalización del plazo previsto,
momento en el que le será entregada la cantidad indicada, en metálico.
Ahora bien, en lugar de esperar la fecha de finalización del
plazo, el beneficiario de la letra puede, entre tanto, utilizar esta letra
para realizar sus propios pagos, ya sea cediéndola a un acreedor
suyo (práctica que se conoce con el nombre de endoso), ya
sea vendiéndola al banquero, el cual le entregará inmediatamente
la cantidad indicada en moneda metálica, descontando un porcentaje
determinado en concepto de remuneración del servicio prestado (por
este motivo a esta práctica se la llama descuento) y haciéndose
él cargo del cobro de la letra al final del plazo.
En los dos casos, el resultado final, que aquí nos interesa resaltar,
es el mismo: la creación de nuevos instrumentos monetarios, la puesta
en marcha de una nueva circulación monetaria, que se añade
a la circulación de moneda metálica. En efecto, tanto si
la letra de cambio circula, como si es descontada, hay la creación
de nuevos instrumentos monetarios diferentes de la moneda metálica,
pero que cumplen su misma función.
Cuando la letra circula, lo que circula es simplemente un papel que
representa una promesa de pago en metálico a una fecha determinada,
pero este metálico aún no existe; por lo tanto, la
letra de cambio no sustituye a la moneda metálica, sino que se añade;
es un nuevo instrumento monetario que, además, no tiene ningún
valor en si mismo, sino únicamente el de la confianza que puede
inspirar el que su pago será realmente efectuado una vez cumplido
el plazo.
Y si el banquero descuenta la letra, sabemos que no la paga con su propio
dinero, sino que lo hace con los depósitos de sus clientes, que
en cualquier momento pueden ser reclamados; se trata, pues, de circulación
monetaria nueva, porque existen al mismo tiempo la moneda metálica
de los depósitos de los clientes del banco y la de la persona que
ha descontado la letra. Y esto no es ningún misterio, porque el
banquero sabe que los depósitos no serán retirados todos
a la vez y por lo tanto, únicamente le hace falta mantener una relación
prudente entre el total de depósitos y total de operaciones, para
poder hacer frente, en todo momento, a sus compromisos. Cuando la letra
le sea hecha, finalmente, efectiva, a final del plazo, se restablecerá
la normalidad de la situación.
En estos dos casos de invención de instrumentos monetarios adicionales
-que ya no son moneda metálica, pero que representan el pago, a
un plazo dado, de moneda metálica- la limitación respecto
a la moneda metálica, es que estos nuevos instrumentos son temporales:
no duran indefinidamente, sino que se acaban, desaparecen, una vez transcurrido
el plazo, una vez la letra es hecha efectiva por su librado.
Con la invención del billete de banco, esta limitación
desaparece. El billete de banco fue inventado en 1656 por Palmstruch, banquero
de Amsterdam. Consiste únicamente en el hecho de que el banco, en
lugar de pagar a sus clientes con piezas de moneda metálica, lo
hace con billetes, pedazos de papel que son una promesa del Banco de convertirlos
en metal en cualquier momento que su tenedor lo solicite. Como que estos
billetes no tienen un plazo determinado, pueden circular indefinidamente
hasta que alguien se decida a cambiarlos por metal.
Nos encontramos ya así con dos circulaciones monetarias permanentes,
bien diferenciadas: la circulación de moneda metálica concreta;
y la circulación de billetes de banco, que ya no tienen valor intrínseco,
pero que representan una promesa permanente de conversión en oro
y por tanto, están fundamentados en la confianza en el banco
emisor, en su capacidad de hacer frente a las demandas de conversión.
Esta circulación monetaria, no es ya concreta, pero guarda una relación
con la circulación concreta (la de moneda metálica): la posibilidad
permanente de convertirse en ella.
Gracias a los billetes de banco, los Bancos tienen la posibilidad de
remediar la escasez de metales preciosos -que, a pesar de los descubrimientos
de minas a lo largo del siglo XIX, continúan, ya en plena industrialización,
siendo insuficientes-.
Efectivamente, los bancos privados emiten billetes en cantidades que
superan con creces el contenido en metálico de sus depósitos.
Como ya hemos dicho, esto pueden hacerlo sin ocasionar problema alguno,
siempre que guarden una proporción prudente entre metálico
y billetes. Pero a través de este mecanismo, crean los instrumentos
monetarios de los que el mercado o la sociedad están necesitados,
ya que la cantidad de moneda metálica es insuficiente.
El sistema monetario que acabamos de describir -basado en moneda metálica
y billete de banco convertible-, llamado patrón oro (gold standard),
caracteriza todo el siglo XIX.
Pero, finalmente, también este sistema se mostró inadecuado
para las necesidades de un utilitarismo desarrollado. Con la nueva evolución,
los instrumentos monetarios cambiarán definitivamente de naturaleza,
volviendo a su abstracción primitiva. Veamos como ocurrió.
Durante el siglo XIX, los Bancos Centrales de los diferentes Estados
monopolizan la emisión de billetes de banco, que llegan a ser, así,
de curso legal. Pero, cada vez que a un Estado se le presentan problemas
de tipo político o utilitario (crisis de producción; guerras;
revoluciones...) éste, que ha de hacer frente a mas gastos, emite
mas billetes hasta el momento en que se produce una crisis de confianza,
todos quieren convertir sus billetes en metal y entonces, se decreta el
curso forzoso, eso es, la inconvertibilidad de los billetes. Cuando las
cosas vuelven a la normalidad, la convertibilidad puede restablecerse.
Durante la Primera Guerra Mundial, los enormes gastos originadas por
la guerra provocaron el vaciado casi total de las arcas de los Estados
beligerantes -el oro de los cuales emigró, en gran parte, a los
Estados Unidos-. Los billetes se emitieron en grandes cantidades, pero
la convertibilidad hubo de ser, evidentemente, suprimida.
A partir de entonces, los sistemas monetarios del mundo civilizado,
se han caracterizado por la inconvertibilidad de los billetes de banco,
oficial o real. Después de la guerra, algunos países intentaron
restaurar una cierta convertibilidad parcial, pero la crisis del 29 acabó
definitivamente la cuestión.
De
manera que el sistema monetario surgido de la Primera Guerra Mundial se
basa en el abandono de la moneda metálica -en el interior de cada
Estado, ya que en las relaciones internacionales las cosas son durante
un cierto tiempo (es decir, hasta 1971, cuando Nixon desligó el
dolar del oro), diferentes- y en el predominio del billete de banco inconvertible,
que nosotros llamamos pseudo-billete de banco o papel-moneda.
Este papel-moneda ya no tiene nada que ver con el oro: no representa ninguna
cantidad de oro ni puede ser convertido en él. ¿Cual es pues
su naturaleza? ¿Cual es su fundamento?
El papel-moneda -el que aún circula en nuestros días-,
se basa sencilla y únicamente, en la necesidad que se tiene de él,
en la convención social que ha hecho de él el instrumento
necesario de los actos del mercado y de la sociedad y en la confianza que
se le acuerda como instrumento que cumple su función adecuadamente.
Por lo tanto, su naturaleza es ya radicalmente auxiliar-abstracta: su valor
es el de un instrumento que nos ayuda en la contabilidad e intercambio
de las mercaderías concretas existentes en el mercado; es pues un
valor auxiliar y abstracto, no un valor intrínseco o concreto, que
solo tienen las mercaderías concretas, producidas o productoras.
6. El sistema monetario actual.
En esta larga -pero rica en enseñanzas- evolución de la
moneda metálica, se ha ido abriendo una brecha cada vez mas profunda
entre el valor concreto-intrínseco de los metales preciosos y el
valor auxiliar-abstracto de los instrumentos monetarios. Con la llegada
del papel-moneda, estas dos realidades han quedado ya definitivamente disociadas:
ya no tienen nada que ver la una con la otra.
Llegados a este punto, el sistema monetario, libre del pesado lastre
de los metales, puede evolucionar hacia formas cada vez mas intangibles,
mas desmaterializadas, mas abstractas, de acuerdo a su primitiva naturaleza.
Y esto es, efectivamente lo que ha ocurrido y sigue, hoy, todavía
ocurriendo bajo nuestros ojos. Hoy el papel-moneda no es el único
tipo de instrumento monetario utilizado. A él se ha sumado el llamado
dinero escritural, que no es mas que el poder de compra inscrito en una
cuenta. El papel-moneda que se lleva al banco, se convierte allí
en unidades monetarias inscritas en una cuenta personal; estas unidades
podrán después circular por un simple juego de anotaciones
entre cuentas distintas, sin necesidad de hacer circular papel-moneda:
en esto consiste la compensación bancaria. Dos personas que tengan
cuentas corrientes en el mismo o distintos bancos, pueden efectuar sus
pagos mutuos, inscribiendo, simplemente, las cifras correspondientes en
sus respectivas cuentas.
Esta nueva forma de circulación monetaria es la última
invención de los banqueros para hacer frente, en este caso, a la
escasez de papel moneda, controlado por el Estado. Con el procedimiento
de las anotaciones en cuenta corriente, se evita el hacer correr papel-moneda,
pero, además, se puede crear nueva circulación monetaria.
Este es, como ya hemos visto, el oficio de banquero: inventar el poder
de compra que falta en el mercado, hacer posible una circulación
monetaria suplementaria, cuando la existente no es suficiente. Y esto se
continua haciendo, como antes, a través del crédito.
Solo que ahora, el crédito ya no se hace emitiendo billetes de banco
mas o menos garantizados por los depósitos en metálico, porque
esta emisión está monopolizada por el Estado, sino que se
hace abriendo cuentas corrientes de crédito, es decir, a personas
que no han realizado ningún depósito previo en papel-moneda.
Y la garantía de este crédito está constituida por
todos los depósitos realmente efectuados en el banco. Como antes,
lo único que hace falta para garantizar la solidez de este sistema
es el mantener una proporción adecuada entre estas dos circulaciones
monetarias: la circulación a partir de los depósitos efectuados
-que se limita a sustituir la circulación del papel-moneda-
y la circulación originada por el crédito -que se añade
a la primera-.
La moneda escritural ha llegado a ser la moneda por excelencia de los
países desarrollados, donde el comercio y la industria concurren
a multiplicar los intercambios. En algunos países industriales,
llega a representar el 80% de la masa monetaria total. En nuestros días,
se está convirtiendo rápidamente en moneda electrónica:
unos simples impulsos eléctricos y unas memorias magnéticas
son suficientes para realizar los pases de anotaciones. Esta desmaterialización
creciente de la realidad monetaria es la prueba mas evidente de su naturaleza
instrumental-abstracta.
Sí, el sistema monetario ha vuelto a sus características
primitivas de abstracción e instrumentalidad: los instrumentos monetarios
vigentes no tienen ningún valor intrínseco, sino que se limitan
a hacer de intermediarios en el intercambio de las mercaderías concretas
y de expresar el valor de éstas en términos de unidades abstractas.
Pero también es evidente que estos instrumentos monetarios actuales
-los pseudo-billetes de banco y el dinero escritural de las cuentas corrientes
bancarias- no se parecen en nada a aquello que en el capítulo anterior
hemos llamado instrumento monetario.
Efectivamente, el sistema monetario, a pesar de su evolución
evidente, conserva aún todos los vicios inherentes a la moneda metálica
concreta: anonimato, uniformidad y dinamicidad de los instrumentos monetarios.
Queremos pues, ahora, analizar que características debería
reunir un sistema monetario sin ninguno de estos vicios y encontrar la
manera de actualizar estas características en un instrumento monetario
realmente adaptado a la complejidad mercantil y al progreso tecnológico
actuales.
7. Referencias bibliográficas de este capítulo.
-
En referencia al trueque antemonetario y a las relaciones de intercambio
utilitario entre los cazadores-recolectores:
-
SAHLINS, M. Economía de la Edad de Piedra Madrid, Akal, 1977.
-
En referencia a las unidades monetarias abstractas entre los pueblos primitivos:
-
GODELIER, M. Economía, fetichismo y religión en las sociedades
primitivas (Capítulo IX), Madrid, S.XXI, 1978.
-
FIRTH, R. (compilador) Temas de antropología económica
(«El racionamiento primitivo», por Mary Douglas) México,
Fondo de Cultura Económica, 1974 (e.o.1967).
-
HERSKOVITS, M.J. Antropología Económica (Capítulo
XI, «Dinero y riqueza»), México, Fondo de Cultura Económica.
-
En referencia a las unidades monetarias abstractas entre las civilizaciones
antiguas:
-
FINLEY, M.I. El mundo de Odiseo (Capítulo IV, Riqueza y Trabajo)
Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1980.
-
CARLTON, E. Ideology and social order (pp. 136-137), London, Routledge
& Kegan Paul, 1977.
-
KLIMA, J. Sociedad y cultura en la Antigua Mesopotamia (Capítulo
X, «Comercio y crédito», Akal 1980 (e.o.1964).
-
POLANYI, K. y otros. Comercio y mercado en los imperios antiguos,
Barcelona, Ed. Labor 1976.
-
En referencia al sistema de contabilidad y las bullaes en el Asia
Occidental:
-
SCHMANDT-BESSERAT, D. «El primer antecedente
de la escritura», a Investigación y Ciencia número
23, agosto 1978.
-
THE CAMBRIDGE ENCYCLOPEDIA OF ARQUEOLOGY, Cambridge University Press, 1980.
-
En referencia a la historia monetaria europea:
-
DASTE, B. La monnaie, vol. I. La monnaie et son histoire,
París, Les Editions d'Organisations, 1976.
Notas:
6Todos
los conocimientos referentes al desarrollo de este sistema de contabilidad se
deben a las investigaciones de Denise Schmandt-Besserat. Para dar la explicación,
nos serviremos de su artículo «El primer
antecedente de la escritura», publicado a Investigación
y Ciencia, número 23, de agosto de 1978.
7 En
este caso se trata evidentemente, de documentos preescriturales.
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