El Punt Avui+. Lunes, 15 de Julio de 2019.
Punto de Vista. Opinión. Tribuna.
1969: saludar al Ebro.
Xavier Garcia i Pujades. Periodista y escritor.
Estos días de julio hace 50 años fui a buscar el Ebro, y no me costó mucho: desde Vilanova subí en una de aquellas carracas ferroviarias (madera, humo y hierro) que, en cuatro horitas, me depositó en Ascó donde, bajo el reloj de la estación y fumando su Celtas sacerdotal –sin filtro–, me esperaba Joan Masip, de Cabacés, en el Priorat, que entonces era rector de la feligresía de la Torre de l'Espanyol, en el margen izquierdo del río, un pueblo que ahora –en razón del incendio de hace tres semanas– ya debe de conocer toda Cataluña.
El Padre Masip (Cabacés, 1927-Benissanet, 1990), con aquel aire inevitable de Mossèn Tronxo que gastaba, me llevó al margen derecho del Ebro, en el paso de barca para ir a la otra orilla, y se limitó a decirme: «Aquí lo tienes.» Me parecía imposible verlo de tan cerca, con aquel fru-fru aguando las raíces de chopos y tamariscos, de álamos y chopos, deslizando con fluencia, como pecho de mujer a punto de reventar. Y la travesía de las aguas, imagen y símbolo del camino de la vida, del origen seguro al destino incierto. Me sentía flotar encima de la barcaza, todo muy aireado, en compañía de carros, mulas y algún coche, de aquel catalán ribereño que resonaba en mis orejas juveniles con la gracia de las sentencias medievales.
Aquella semana veraniega en la Torre supuso mi inmersión física y metafísica –como los hindúes cuando se bautizan en el Ganges– en el dulce líquido de los tiempos geológicos, en el río de los íberos que da nombre a Iberia, esta Península «inacabada» que decía el gran Gaziel. Ha pasado una determinada cantidad de tiempo –una miseria comparándolo en términos también geológicos–, pero significativa humanamente hablando. Para mi, es como si fuera anteayer, a pesar de las considerables convulsiones que ha sufrido la comarca, esta Ribera de Ebro que se merecía mucha mejor suerte que la que la historia le ha deparado. Cuando acudí por primera vez nadie había oído hablar, todavía, de nucleares –pronto llegarían los maletines de FECSA sobornando propietarios de tierras y ayuntamientos–, pero el Ebro ya se estaba domesticando, con las grandes presas de Mequinensa y Riba-roja (que se acababa de inaugurar y que pude visitar) y, pronto también, en 1973-74, el franquismo tecnocrático del Opus, en estrecha alianza con los yanquis del Banco Mundial y con una alta burguesía financiera catalana, ya completamente descatalanizada, completarían la operación presentando el gran proyecto de trasvase del Ebro en dos direcciones: hacia el norte, Tarragona y Barcelona, y al sur, hacia Castelló y Valencia.
Era el inicio, con los bajos precios agrarios, de la emigración rural en las grandes ciudades, del despoblamiento y el abandono de los campos, de la tecnificación abusiva de la agricultura, del sacrificio de la ganadería forestal y de la explotación familiar agraria y, a la vez, de implantar en estos espacios casi sin gente aquellas infraestructuras de abastecimientos de energía y agua que harían todavía más grandes las áreas urbanas e industriales. Es que, con todo este proceso, ¿alguien se sorprende que tantos lugares de la Cataluña agraria se deserticen y se quemen? Lo que se ha quemado en la ribera del Ebro todavía lo llevo bien vivo en mi corazón.
Enlace del artículo original en catalán:
http://www.elpuntavui.cat/opinio/article/8-articles/1635816-1969-saludar-l-ebre.html
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